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El avión que sonríe (Cuento)
Era tarde ya.
Las nubes del final del día ocultaban los últimos haces de luz. Cerca a una ventana, Juan, el niño de la
casa, sentía el ruido poderoso del último pájaro mecánico. Así les decía Doña
Lola, su abuelita, a los aviones. A Juan
le gustaban los aviones. Imaginaba que en uno de ellos vendría, llena de
maletas y regalos, su progenitora, aquella que un día muy lejano de sí, se
había ido de la casa con su nuevo amor, en busca de mejor fortuna.
Su abuela Lola,
era una matrona, una señora respetada y querida por todos; servicial y solidaria. Cuando se enteraba de la dificultad de algún
vecino, enviaba a Juan a invitar el vecino a su casa.
Un día, doña
Lola le dijo a Juan: “Vaya mijo, dígale a doña Tere, que venga a desayunar”. Doña Tere, había
enviudado recientemente. Su compañero,
un jubilado de una empresa muy importante de la región, la había dejado sin un
centavo, sin herencia. Pues al morir,
descubrió ella, tenía esposa e hijos por otras latitudes y en su testamento
solo los nombró a ellos.
Doña Lola,
conocedora de la situación, sintió enojo e impotencia por la señora Tere y
quiso ayudarla mientras ella, muy joven todavía, rehacía su vida. Juan, seguía
pendiente de los aviones. La casa de Juan era de puro bahareque; en sus
estructuras podía evidenciarse parte de la colonización antioqueña: guadua y
esterilla, boñiga y unas rudimentarias formas de construir.
Una mañana, muy
temprano, Juan ve con alborozo como un avión pasa muy cerca del techo de su
casa y grita con ahínco: “¡Mamá, mamá…por fin vienes!”. Juan pensó que después
de tanto tiempo, su madre vendría allí, en ese avión, y traería consigo muchos
regalos e historias que contar. Feliz por su
percepción fue y despertó a doña Lola y le susurró al oído: “abuela, hoy sí
llegó mi mamá. Complácela con un
desayuno bien sabroso; que tenga calentao”.
La abuela sonrió y le siguió la corriente al niño: “Está bien mijo. Es posible que hoy sí”. Ella, por un
momento, pensó con algo de nostalgia, que no era posible que su hija viniese en
ese aparato, ya que en una carta reciente, ella le manifestaba claramente que
tardaría un tiempo en regresar, puesto que su nuevo esposo había empezado a
trabajar en un destacado proyecto y que se veía iba a durar. Para calmar la
euforia de Juan, a ella se le ocurrió invitar a almorzar a Tere. Y pedirle a
ella el favor de hacer que el niño pensara en otras cosas distintas a los
aviones. Dicho y hecho.
Juan fue a casa de Tere y le llevó el mensaje de la invitación. Tere, triste y resignada, aceptó
complacida. Pasadas unas horas, la
abuela logró que Juan olvidara su visión de la mañana y se dedicara a jugar un
rato con la viuda de la cuadra. La noche se
acercaba otra vez y con ella la tristeza de Juan, que veía, a través de su
ventana, cómo otro día pasaba sin el retorno de su madre. Unas cuantas
lágrimas, silenciosas, brotaron de sus ojos de niño. Sabía él, que su abuela
mitigaba su dolor con un trato especial y con actividades distractoras. Pero no era Juan de esos infantes fáciles de
convencer. Juan era tozudo. Su misma
abuela lo era. Siempre decía: “Lo que
uno no haga por sí mismo, nadie lo hará por uno”. Y seguía: “En la vida, mijo,
hay que insistir en lo que queremos, para que se dé”. Él insistía en
que su mamá, debía llegar para agosto, pues cumplía años en ese mes. Y decidió,
dejar pasar varios aviones sin emocionarse demasiado. Agosto empezó y
con él, los madrugones de Juan, la ventana, Tere y los desayunos con calentao
de la abuela.
Doña Lola, había
decidido un día invitar a Tere a quedarse en su casa, mientras el amor volviera
a sonreirle. A Juan no le gustó mucho al
principio, pues la abuela dedicaba gran parte del tiempo para él, en atender
las conversaciones con Tere, pero poco a poco se acostumbró, pues Tere era muy
acomedida y laboriosa: hacía las camas, organizaba pisos y baños y jugaba con
él por ratos. La cocina, sí era zona
exclusiva de la abuela; nadie más que ella podría preparar los deliciosos
fríjoles con coles de Juan: robustos, de aroma inconfundible, de sabor
exquisito.
Tere conoció en
la casa de una amiga a un señor, dizque extranjero, le comentaba la abuela a
Juan. “Y el tipo le prometió que vendría pronto por ella para llevársela a su
país”. Juan volvió a
sentirse triste. Pues ahora que estaba
encariñándose con su nueva amiga, ya también se iba a ir… Y muy seguramente en
avión, como su madre, ya que ese país era muy lejos.
Agosto
llegó. Juan ya estaba en la escuela y debía madrugar
mucho más y alejarse, por supuesto, de su amiga muda: la ventana.
Le escuchó decir
un día a uno de sus profesores, que cuando los padres se tienen que ir en busca
de fortuna, se demoran en regresar. Ésta
revelación, escueta y cruel, causó una explosión de sentimientos en el corazón
de Juan. Lloró todo el día, en
silencio. Y no quiso comer a pesar que
la abuela había cocido para él sus sabrosos fríjoles. La abuela ya
estaba algo enferma, pues había empezado a sufrir de los riñones y aquélla
dolencia se le estaba complicando. Tere ya casi no iba
a dormir a la casa; pues se la pasaba donde sus otras amigas a la espera de
noticias de su enamorado lejano. Un día
cercano a diciembre, Juan se acostó muy cansado. Se durmió enseguida y empezó a soñar. En su sueño, Juan veía cómo los aviones
expresaban sentimientos. Vio él, en el sueño,
pasar un avión sonriente sobre el techo de su casa y de una de sus ventanillas,
la mano agitada de su madre. Juan se
llenó de dicha y sintió una emoción indescriptible. ¡Por fin se había dado, su madre había vuelto!
El sueño se prolongó mucho. En la
mañana, al despertar, se dio cuenta que la casa estaba llena de vecinos, que
sus tíos lloraban y temblaban mientras consumían café; el tinto mañanero de la abuela.
Juan sintió
curiosidad por aquella escena y quiso ir al cuarto de su abuela, pero una tía
suya lo atajó en el camino y le dijo: “Tienes que ser fuerte Juancito, ella te
quiso mucho y desde el cielo te va a cuidar y a guiar”. A Juan le pareció todo un sueño. Salió a la calle y entendió que estaba
despierto. Los carros pasaban, las
personas iban y venían. Los aviones
volaban por las nubes. Regresó a casa
inundado por dentro. Sus lágrimas se
agolparon en sus ojos y su llanto no salía de su pecho. Al observar el
panorama encontró a Tere y su nuevo amor, juntos y llorando. En su recorrido ¡Oh, sorpresa! Vio la figura
especial y soñada de su madre; vestida
de negro y con sus ojos rojos y ojerosos
de tanto llorar. No podía creerlo. Su mamá había vuelto después de tanta espera
y de tantos aviones observados y él no la había visto llegar. ¡Era
inaudito! A Juan le pareció que el mundo se acababa para él. Había regresado su madre, sí, pero muy
cambiada, fría y triste...Y se había ido su abuela; su cuidadora, su amiga, su
confidente. Ya los aviones no importaban. Ahora, Juan, sólo quería volver a
soñar.
Esp. Jorge
Isaac López López
jorgeisaac342@yahoo.es
http://plantierra.blogspot.com
@jorgeisaac342
© 2014
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4 comentarios:
Felicitaciones, muy bueno y triste a la vez. Un abrazo.
Alejandro Zapata
Jorge, tu cuento es emocionalmente didáctico, desde la mirada de un niño abordas esa realidad innegable, creo que los cuentos mas bonitos son los que nacen de la realidad del escritor, este es un bonito homenaje a las abuelas que se vuelven madres de sus nietos.
K.
Excelente la perspectiva abordada para una situación que muchos niños colombianos pueden estar viviendo. Felicitaciones Jorge.
Felicitaciones, muy bonito y tradicional, el lenguaje es agradable. Éxitos
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